31 octubre 2011

Bolero

Tengo un alambre de dolor, un azar que grita, un incendio que cabellera en reflejos ante noviembre. Y un crucigrama que traza una tarde y más allá, un centelleo hasta formar cefalea o hasta decir que no me atreguo o hasta decir quiebro en tu quietud que es quicio desde aquende. Y la cabeza que negra que estalla que dolor. Que no es culpa de nadie. Posiblemente sea crónica (de una escalera). Veo niñas de lazos de raso perfectamente anudados. Un hombre jubilado las mira calladamente. El telediario nos informa de que no es una reacción normal. Pederasta en potencia. Pero vuelvo a mi redil intimista, a mi yo consumista de yoes en desuso, me abandono de lo social. Que a quién le importa la mancha del mundo si yo nunca fui niña, de rasos de lazo perfectamente encasquetados en cabeza sedosa. Si yo cabello desordenado, verdina y barro, los ojos demasiado abiertos, la cara roja en exceso. Y tantas pecas. Tantas, tantas. Yo quiero ser como tú, decían. Atención a su ingenio (de asueto, supongo), querían un colador ¡un colador! afirmaban con pletoria mientras se aferraban al sol. Que estúpida eres niña, niña tonta, niña inconclusa. Las pecas no son colador, las pecas no son sol. Son certeza, comprobación, mancha oscura que se derrama. No se puede contener. Se extiende. Sobrevasando el límite. El borde. Acariciando los poros, con gusto lujurioso, hasta llegar al principio visible y derramarse caducamente. Líquido lento. Tengo ahora la cara en negro. Y los hombres me miran. Me miran. Podría decir más, pero no es así. Es que ahora me miran. Para qué estoy hecha, espero que no para ésto. Quieren poner de manifiesto mi condición. Quieren saber mi nombre. Qué les digo ahora. Qué nombre, qué nombre. De hombre o de mujer. De madera o de forjado. Qué les digo. A los hombres que apoyan los brazos en la ventanilla de los coches, que se olvidan del semáforo en verde, que se empujan por la calle, mirándome, que me sonríen con el periódico abrazado y el lunes entre los dientes, urea. Que me dicen: ordenador e intentan confusión: horario de máquinas. No sé mi nombre, eso les digo. Acomete el valor para otro, pero es atlas complejo, pliego que embiste el intento y rompe en el pulso agitado un mar de siglas en códigos que entendería mejor si fuera braille y no baile. Si fuera lugra y no metiop.