09 marzo 2011

Se caen las deudas de pasados que llegan a destiempo. Quiero hablar de miedo. Pero sólo me sale el eco de otros días que no me pertenecieron. Cascabeles en la distancia anuncian el paseo errático. Voy a hacer como que no me entero, el truco más viejo. Una raya más y si llego a cinco podré trazar la línea transversal. Y cerrar la celda. Y moverme a otra. Dar jaque al rey nunca fue tan fácil. No fueron difíciles las ecuaciones de tercer grado. No me voy a sonrojar. Pero, en cambio, el paso anterior. Las raíces cuadradas. Se me escapan. Y pienso en aquella vez en la que maté un pájaro de una pedrada. Sin buscar un porqué. Sin más. El pájaro tambaleó, movió las alas, aleteo cómico, y luego cayó, cayó contra el suelo. Y sólo pude mirarlo y darme la vuelta. Y pienso si esa fue la x definitiva, o si hubo alguna anterior, o si quizás fue después lo que dio impulso a mis andares de soldado raso. Torpe, roto y borracho. O quizás no hubo nada. Quizás no hubo pedrada. Ni tambaleo y sólo fue sueño. Meciéndose. Y ahora sólo atravieso un bosque de jaurías, de rojos infectados, de llagas neumónicas. O tan sólo juego con mecheros sin piedra, con canicas cuadradas o versos suicidas que se deslizan tímidos a lo ancho del papel. Inventando cuentos para dormir a niños chicos que nunca tendré.