28 marzo 2011

Quedan los libros esparcidos por el suelo, las páginas corren ,movidas por el aire viciado que entra desde la ventana de este patio de luces sin luces; hoy hay pescado frito, gritos de alcohol mal llevado, estopa y un niño que llora. Me acurruco junto a ellos, no les pido nada a cambio, mientras ellos no esperen nada excesivo de mi; leeré saltándome capítulos, pasando de una historia a otra, y construyendo más de las que pretendían contar. Sumo números primos extraños, miradas tercas que insisten en que hay algo más allá, pasiones de escolar no resueltas, listas de canciones que no debería escuchar, ritos para despertar, marcas, sacudidas del nervio, mordientes que encallan en mis hombros, pies que en un par de años necesitarán una operación para poder caminar y huesos que amenazan con romper las camisetas. Dicen de motores no mecánicos, y miro por la ventana: un gorrión perdido examina el interior, como si sus ojos negros e inexpresivos fuesen el espejo que ponía paz en las trifulcas del matrimonio Arnolfini.