14 mayo 2009

En busca de otra revolución

Es cierto, las barricadas de poco sirvieron, los gritos en alto fueron sofocados por los golpes en el estómago, los puños cayeron, las lágrimas de impotencia surcaron rostros que ya no están. Las llamaradas de rabia se extendían por la ciudad. No les gustaban las cosas tal y como estaban, tal y como se las habían vendido, se negaban a aceptar una realidad como aquella. Sus sueños no estaban en venta, no se negociaba con su dignidad, con sus ideales, mucho menos con su libertad. No creían en coches quemados, en farolas rotas y en escaparates pintados, pero ¿Qué hacer cuando la gente parece no querer entender? ¿Cuándo a nadie interesa lo que pasa ahí fuera? ¿Qué hacer cuando se nos ha inmunizado contra sangre, balas y dolor ajeno? No podían permitir que la impunidad siguiese campando a sus anchas, que los crímenes no fueran castigados y las injusticias no fueran perseguidas, porque en este mundo de ladrones la justicia no es ciega es tuerta, las balanzas mal niveladas se inclinan en nuestra contra. Y todo se va a pique, se hundirá el barco, tan sólo sobrevivirán las ratas, mercenarias de nuestro sudor, asesinas de nuestra imaginación, destruirán todo cuanto hay a su alrededor. Y tan sólo cuando el silencio inunde nuestras vidas, cuando hallamos vomitado todas las mentiras y excusas y la venda esté a punto de caer sobre nuestros ojos, tan sólo en ese momento, decidiremos despertar, morder, aruñar y reclamar lo que sin consultarnos nos arrebataron, reclamar las vidas que se llevaron, las promesas que no cumplieron, escupirles y decirles que no estamos en venta, que no se lo crean, aunque lo parezca, que en las calles no hay paz, y mientras no sea así, nuestra rabia no será aplacada, porque aún queda mucho por lo que luchar, y no volveremos a sentarnos, nunca más, seguiremos en busca de nuestra propia revolución, cueste lo que cueste, pasen los años que pasen.