10 mayo 2009

De rituales y lágrimas

Era nuestro ritual, el ritual de los viernes noche, tú te sentabas en aquel taburete de tela raída y patas agujereadas por las termitas, era nuestra noche, era el momento del día, de la semana en el que la miseria nos abandonaba. Te estirabas el chaleco, luego los puños de la camisa, amarillentos de tantos lavados, de tanta lejía. Por un momento tus párpados se plegaban, se relajaban mientras aspirabas el humo de tu cigarrillo, la concentración invadía la habitación, una luz azulada se desprendía del techo, creaba relieves en tu rostro. Inclinabas la cabeza hacia atrás y yo te examinaba con detenimiento, paseándome por cada uno de los pliegues de tu piel. Tus dedos, ahora, acariciaban la blancura de las teclas; con cuidado, con amor, con ternura y...Presión, las notas que inundan la habitación, tu espalda encorvada, arqueada, tu pelo agitándose, siguiendo el ritmo. Lo que en cualquier otra persona hubiese resultado grotesco, en ti era bello, el sudor surcando la frente, brillando en tus pómulos, tus labios frunciéndose, ahora, sufres, el momento está cerca.

En un momento fugaz tus ojos hablaron, el éxtasis y un mundo en el que tú eres el único habitante (excepto estos viernes noche en los que yo me convierto en cómplice) se reflejaron en ellos, habías llegado al culmen. Pero lo peor estaba por llegar; los dos regresamos a la realidad, el choque siempre duro nos dejaba tiritando y desorientados, la botella de whiskey siempre a mano, no era capaz de entibiar nuestro cuerpo, pese a todo, la vaciábamos en un suspiro. Y así, entumecidos, nos ibamos a la cama. Fingíamos dormir para evitar reconocer que las lágrimas mojaban nuestra almohada.