24 abril 2009

Promesas y mentiras

Prometí no dejar pasar la tristeza a mi casa; atrancar la puerta, tirar la llave, crear una muralla de trastos inservibles, amontonados contra la puerta; sin sentido, sin estética y sin fin. Prometí tapiar las ventanas, forrar los respiraderos, matar las moscas que cuelan la desesperación en mi cocina. Prometí saber correr a tiempo, cuando la soledad me embargase el optimismo. Prometí saber pedir ayuda a tiempo, antes de que mi propia incomprensión construyese un hostal para pensamientos impuros, pecaminosos y oscuros, donde los martes emborracharse de hidromiel barato y mal fermentado, como las ideologías de los sin cerebros. Pero no cumplí, lo canjeé todo por un saco de mentiras con el que suavizar el camino de espinos que me esperaba. ¿Y ahora? Ahora sólo me quedan las medias rotas por culpa de los guijarros que olvidé esquivar, por culpa de las horas a las que no supe dar vida, enredo palabras a una cabeza que no se donde he dejado, en un acantilado, tal vez, como los cuerpos de los fusilados. Y ahora, ya todo da lo mismo, he olvidado mi nombre en algún hospicio, espero que alguien lo cuide mejor de lo que yo lo he hecho hasta ahora, he emprendido la fuga sin retorno, he cambiado y no para mejor, ahora que me encierro, ahora que me autocomprendo, he cerrado, para siempre, bajado las persianas, ya no quedan rendijas por las que colar luz, es demasiado tarde, ni siquiera yo tengo fuerzas para dar la marcha atrás, pero tampoco para mirar al frente y continuar. Voy a plantarme aquí, no pienso dar ni un paso más, quiero abrazarme a mi misma, compadecerme de lo cruel que es el mundo, de la poca poesía que hay en las bocas ajenas, criticar las tapas, siempre tan escasas, de los bares de diseño, arrojar piedrecillas a los ejecutivos sin corazón y a las amas de casa sin ambición, insultar al policía que se empeña en criticar mi manera de aparcar, aparcarme en cualquier banco y llorar por el vicio de saber que con los ojos húmedos se escribe mejor.