La ciudad, oscura y
desconocida, tira su moneda al aire. Abre su boca y las calles extienden
bloques rojizos, chimeneas industriales y el hambre postmoderno. Un cuerpo
tendido sobre la hierba de un parque urbano, una isla verde crece en su
vientre, la música se enrosca entorno a la arquitectura oriental, modifica las
texturas, la estampa se acartona y unas manos pellizcan las especias de los
sacos de esparto. Los graznidos de las gaviotas tiemblan en el cristal de la
ventana, los buques del puerto suenan a frío pero Taylor, que lleva toda la
vida trabajando en el mismo banco, fuma y lo ve todo pasar, y se frota las
manos, que mañana ya se verá.