07 junio 2012


Una sonoridad de crema catalana
rompiéndose
bajo la mirada ansiosa del niño
cuarteará la piel y despertará a los ojos
en mitad de una siesta vasta y arenosa
para informar sobre la decadencia de la carne
que se aproxima, inexorable
y abre puertas a golpe de suela metálica,
dejando escapar a los animales salvajes que habitan la casa
y cubren de mantel la mesa de la cocina.

Saldrán en tropel, sin orden,
dando un concierto de cacerolas y miedo,
mientras una mano silenciosa y tula
forma una montaña de granos de arena 
sobre el pecho desnudo
y confirma, que apenas llega el tiempo para un suspiro

¡Y basta! ¡No es cierto!

Lo tengo todo aquí,
agolpado en las muñecas 
y a los gusanos
sólo pienso dejarles los restos.