I.
Sol ceniza. Los dedos de sal
se hunden en la carne del pescado.
Abren su vientre. El brillo húmedo
gorgotea.
Da paso a una estancia rosada, cúpula de
jadeos.
Sonido del mar criogenizado.
II.
Envés de bronce. La boca cubre una uva
verde.
Los dientes rompen la calma, disección
del neón.
Se introduce la lengua en la hendidura,
succiona la pulpa, nervio de clorofila,
masca la carne, envuelve la semilla en
saliva.
Astilla el corazón. Fastidio en el molar.
III.
La palma de la mano
escarcha el silencio de la cocina.
Sobre la mesa nuez molida.
IV.
Resbala un hilo morado por el filo de la
boca.
Estirpe de la cereza. Cae por la
barbilla.
Suspiro en el cáliz de la clavícula.
Se deshace el cuello
en la mirada de placer de un solitario
en el otro extremo del banco del parque.
V.
Deshacerse del albedo de la naranja.
El tiempo detenido en un ceño
semifruncido.
Las fibras blanquecinas, casi algodón,
sobre el plato de loza.
Retirar ahora su camisa, evitando la
pérdida de jugo,
para permitir que la lengua encalle sin
tropiezo,
en cada esquina de la pulpa.
Y la vida.