04 marzo 2012

Insolación

Tengo vecinos que llaman a deshora a la puerta. El bolsillo lleno de días. No quiero a nadie que me quite los minutos. Quiero un terremoto. Una explosión. Un mundo en las rodillas. Masticar el polvo. El cosquilleo de la arena. Que me enseñes a levantar la persiana del horizonte. No necesito que me protejas ni que me cuides. No busco a nadie que mate a mis mamuts o que venga a recogerme cuando el frío me envuelva las manos después de recoger bayas en la frontera del abismo. No me interesa el futuro, no quiero hablar del pasado. Contemplar el momento. Descolgarme de la cama. Leer cabezabajo, tratar de volver a encontrar la postura, apoyando la cabeza en tus piernas. Que todo se transforme en una escena de cine mudo, un piano cayendo desde un tercer piso, un estrépito, niños riendo y señalando al hombre que salvó la vida, pero perdió el sombrero. Agua fresca rompiendo contra el fondo de piedra y unos pies saltando de un lado a otro. Un árbol cayendo en mitad de un bosque. Bandada de pájaros. Batallas en un mar blanco, humo que crea formas chinescas en la pared. Quiero sorprenderme mirando cómo miras. Ponerme morena con tus miradas. Que me digas caos y luego te rías. Bailar desnuda por la habitación. Saltar del sofá al sillón, del sillón al colchón del suelo, del colchón del suelo a ti. Morderte los labios, morderte el cuello, morderte hasta traspasarte. Ser furia y rabia. Agarrarme a las sábanas. Contraer las piernas. Que entiendas el mar que convoco. Prender fósforo y que dé igual si se apaga, porque hay otros doscientos más. Esperando. No busco imposibles; saborear el amarillo de esta ciudad de interior y de secano, llana y plana por donde el domingo se desliza. Y no querer que el día más estático de la semana se acabe.