09 junio 2011

El desierto


Kristan Lee

Se asoma a la ventana
afuera un sol rojo
y somnoliento
calienta los bidones del agua de la azotea.

Acaba de salir de la ducha.

El pelo gotea sobre el marco de madera
agrietada
de las ventanas.
A veces piensa en él.

Y enciende otro cigarrillo.
Otras, piensa en las palomas que anidan
a la sombra de las cañerías,
en la pila de platos
sucios
que le esperan esa noche
en el trabajo,
en las manos agrietadas
y enrojecidas.

Y sigue,
dando caladas pausadas al cigarro,
mientras el sol somnoliento se desplaza
por el cuarto.

O le da vueltas a la idea
que muchos hombres se forman de ella,
equivocada siempre,
porqué las chicas tristes guardan siempre un secreto.
Ella sólo ve la pila de platos sucios que le esperan en el trabajo,
el calor que reverbera en las cañerías,
el crujir de la madera
al dilatarse
por las temperaturas del verano.
Pero a veces piensa en él,
y el cigarro no acaba de consumirse.
Y se pone triste
y dice que ojalá
no tuviera esa mierda de trabajo
que la mata
e impide ser feliz.
Que la mata
e impide que salga tras de él.

Pero no tiene tiempo,
y se viste deprisa
el pelo aun mojado.
Cierra de un portazo,
y el cuarto queda quieto,
a la espera de la vuelta,
a pesar de que el sol siga deslizándose,
de una pared a otra.