20 junio 2011

One more time

Pregunta Inés que qué es la felicidad, que si somos felices, que si el momento más feliz de nuestras vidas ya ha pasado. Sra. y yo nos miramos. Espero que no. Dice Inés que sí, que ojalá que no. Pero a qué responde ese no. Todos esos noes. No lo sé. Supongamos que se puede contestar a una misma pregunta con una misma respuesta y estar mirando hacia diferentes puntos.

Es extraño. En segundo de EGB, el año antes a que se llamase EP, la tierra se orientaba siguiendo cuatro puntos cardinales (de cardio, supuse). Recuerdo que me llamó la atención que fuese la tierra la que se orientase en función de los puntos y no al revés. Los puntos eran norte, este, sur y oeste. Al año siguiente resultó que eso no era del todo cierto. La tierra seguía orientándose en función de los puntos cardinales y no al revés. Pero eran ocho y no cuatro. A saber; noreste, sureste, suroeste, noroeste. Y fue extraño. Me sentí incómoda, estafada, insegura, tenía 10 años. Y desde los 9 creí firmemente en la existencia de cuatro puntos cardinales, no tres, no cinco, si no cuatro, única y exclusivamente. Y un día, sin saber muy bien como, el timbre sonó, las sillas chirriaron contra el suelo, las mesas se movieron, abruptamente, haciendo daño en los oídos, 25 voces agudas y sin pudor gritaron, saltaron, para cinco minutos después, volver en silencio y con la cabeza gacha a sus respectivos asientos. Miento, no era un silencio-silencio, de vez en cuando se escapaba alguna risa nerviosa, algún empujón que no dio tiempo a dar en el descanso. Pero, finalmente, el bullicio del cambio de clase cesó. Y llegó la hora. El momento, en el que mi única creencia se vino abajo.

Desde ese momento, me hice una promesa, recuerdo que la anoté en el margen de mi libreta cuadriculada, de pasta dura y doble espiral. Jamás, jamás volvería a estudiar ese tema. Y así fue. Los profesores eran incapaces de explicarse cómo era capaz de entender cualquier tipo de fenómeno, resolver ecuaciones, y ser incapaz de recordar los puntos cardinales. Pero así fue. Tenía miedo de que no fueran sólo ocho. Si no más. Más y más. Y que cada año fuesen aumentando, y hubiese infinitos puntos intermedios.

Nos hemos quedado en silencio. Desde el balcón mirábamos al mar. Naranja y sólido. Y la televisión parpadeante. Y supongo, que cada una, a su manera, llegó a la misma conclusión, aun mirando hacia diferentes puntos cardinales, se puede entrar en calor con múltiples sustancias. Abrir la ventana en invierno, para dejar que el frío se vaya.