11 febrero 2011

Cada hombre

lleva una pala para cavar su propio infierno


Tengo los pies mojados.

Se entumecen las heridas,

del invierno en el norte.


Hay cosas que resultan difíciles de explicar.


Intentarlo

es como pasar hojas de un cuaderno en blanco

con guantes

contra el frío polar

de mi ciudad.


Ahora tengo que esperar,

a que el traqueteo del autobús pare,

a que el llanto del niño pare.


Y cuando lo hagan.

Cuando lo hagan

me preguntaré para qué

si ya está todo escrito

si el cielo son tus manos

besando el cristal empañado,

haciendo surcos

en el vapor congelado

de este metropolitano.


Y cuando lo paren

me quedaré muda.

Y no sabré qué decir

Para qué, diré, otra vez

si ya lo ha dicho él:

No importa cuánto corras.

No importa dónde llegues porque siempre estarás

a la misma distancia del sitio en que has caído.

o

No puede ser feliz quien entierra un tesoro.

No puede ser feliz

quien envenena el agua de su vida.

o

No se puede salir de una casa vacía.

Todo lo que ha ocurrido alguna vez

ocurre para siempre.




Las cursivas pertenecen a Benjamín Prado