Cada hombre
lleva una pala para cavar su propio infierno
Tengo los pies mojados.
Se entumecen las heridas,
del invierno en el norte.
Hay cosas que resultan difíciles de explicar.
Intentarlo
es como pasar hojas de un cuaderno en blanco
con guantes
contra el frío polar
de mi ciudad.
Ahora tengo que esperar,
a que el traqueteo del autobús pare,
a que el llanto del niño pare.
Y cuando lo hagan.
Cuando lo hagan
me preguntaré para qué
si ya está todo escrito
si el cielo son tus manos
besando el cristal empañado,
haciendo surcos
en el vapor congelado
de este metropolitano.
Y cuando lo paren
me quedaré muda.
Y no sabré qué decir
Para qué, diré, otra vez
si ya lo ha dicho él:
No importa cuánto corras.
No importa dónde llegues porque siempre estarás
a la misma distancia del sitio en que has caído.
o
No puede ser feliz quien entierra un tesoro.
No puede ser feliz
quien envenena el agua de su vida.
o
No se puede salir de una casa vacía.
Todo lo que ha ocurrido alguna vez
ocurre para siempre.
Las cursivas pertenecen a Benjamín Prado