El día de mierda
se desliza por mi garganta.
Se atraganta,
en mi traquea.
El día de mierda
me manosea
en el autobús,
buscando calor
a través de la tela de mi falda.
El día de mierda
me saluda:
se quita el sombrero
burlonamente.
Me dice: tú eres de sobresaliente
y me casca un suficiente.
Pero bonita, no desesperes.
El día de mierda
es una mancha de grasa.
De grasa de frente,
apoyada en el cristal de rómpase en caso de accidente.
El día de mierda estalla
y se clava en sus frentes.
Y la carcajada inunda mi cara
hasta que revienta mis ganas.
Como una granada,
en mano de anciano
con parkinson.
El día de mierda
se extiende hasta mañana.
Oh! El día de mierda
y ese maldito brillo
del que hablaba Faulkner.