11 noviembre 2010

Diálogo

Cae el cielo, parece que las estrellas se han olvidado de mi nombre, las sábanas se deslizan con delicadeza, pasando lista a la piel que yace desbaratada, serpenteante, mostrando su verdadero color, azul y no blanco.

Recuerda –te dije—que después de cierto tiempo hasta las caricias raspan. No te olvides de que olvidado el recuerdo, el vello se eriza si una respiración se agita demasiado cerca (es miedo) y que no importan las promesas, ni las bondades susurradas, cuando los oídos desconfían los pies caminan solos.

Se movían cautelosas, ondulantes, las cortinas, escondidas tras el viento frío. La ventana silbaba, los cristales chillaban golpeados por la lluvia. Un niño gritó desesperado, desde el otro lado de la acera, mientras su pelota quedaba aplastada por los neumáticos de un coche. Tus ojos observaban la escena, sin querer volverse.

Calla –dijiste. Calla. Tus palabras son el miedo, escondido tras cada una de tus pestañas. Hay frío en tus yemas, pero no aventures, no hay alquimia en este juego. No hay cielo, ni compasión. Sólo el suelo que se extiende, que se deshace cada vez que damos un paso, hacia el frente, o hacia atrás. Si dudas caes, si huyes mueres.

Tras de ti se extendía el desorden; ropa amontonada en la silla, papeles esparcidos por el suelo. Vasos de agua, de té, de café que cubrían la mesilla de noche. Libros abiertos, con las hojas marcadas, las pastas deshechas y la tinta corrida, ocupaban la cama. Un par de zapatos (mocasines) colgaban de la lámpara, prendidos de sus cordones negros y deshilachados por la torpeza de unas manos con prisa. Una mancha de tinta crecía al borde de la alfombra, empapando una a una, con un cuidado milimétrico, las fibras de lana.

Recuerdo ver como escribías en la ventana, aprovechando en vaho de la mañana, TRISTEZA. Luego, aun no sé cómo, cambiabas las letras de sitio y formabas CICATRICES. Más tarde, dibujabas una calle inundada de personas.