16 diciembre 2009

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Es difícil de explicar, quizás es como esas ramas que no saben porqué pertenecen al árbol al que la Naturaleza las unió y se pregunta porqué, sin actuar, sin separarse, por temor a perder la vida en una arrancada, prefieren preguntarse y vivir antes que averiguar y morir. O como esas 200 hojas de apuntes que se caen al suelo un instante después de haberlas ordenado, esas, las que no habías numerado. O como esa estrella que a un ritmo fugaz corre a extinguirse contra los tejados de la ciudad. O como el niño que jugaba a Marco Polo en la piscina y que al abrir los ojos se descubrió solo y sin bañador. Es así de fácil, así de simple, así de desolador. Despertarse una mañana temprano, habiendo dormido tres o cuatro horas, verlo todo en silencio. Oler el silencio, sentirlo en el tacto de los pies contra las baldosas, ir caminando por toda la casa, mientras el frío quema la piel desnuda, recorriendo los pasillos por los que ayer paseaste, sentándote en esos mismos sofás donde anteayer charlabas y reias, es difícil de explicar, no es una cuestión de dialéctica, de pertenecer a ese selecto club de la RAE, de ganar concursos de ortografía y gramática, es una cuestión de silencio. Sólo de silencio.
















































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