12 mayo 2010

La chica lagarto

La chica lagarto es verde topacio cuando el sol atraviesa las hojas de palmera del paseo, azul corintio cuando sumerge su melena en el cobalto triste del mar, amarillo limón cuando mira a través de la jarra de limonada, naranja fluorescente cuando se sonroja y blanco muerte cuando se duele.

A la chica lagarto nadie la puede tocar, porque la chica lagarto es un poco mariposa, se cree que le viene por la parte del padre, y si lo haces pierde el polvo mágico, se le van los colores y donde quiera que esté pierde el conocimiento, la noción del espacio-tiempo, la forma y la compostura. Y sus escamas, brillantes y frágiles, se deprimen y se les olvida el color rojo mermelada, el brillo plata de playa…y se vuelven gris olvido o violento negro, y sus uñas violeta mordaza y sus ojos se tornan piedra, impenetrable, bruscos, toscos, duros y fríos y ya no hay lugar donde descansar. Si la chica lagarto pierde el color ya no hay lugar donde dormir a cubierto, ni caricias que sonrojen tactos, ni miradas que abran corazones, ni suspiros que den aliento a las noches muertas. Si la chica lagarto es tocada…

La chica lagarto adopta posturas imposibles, practica contorsionismo y diversas técnicas de ilusionismo, durante un par de meses se apuntó a un cursillo de parapente, pero tuvo que dejarlo, mal de alturas; vértigos, vómitos y mareos, que acabaron por darle un tono ceniza tristeza que inundaba de lágrimas los ojos del más regio soldado.

Pero, ahora, desde hace ya algún tiempo, a la chica lagarto le aburre el contorsionismo, los trucos de ilusionismo le parecen engaños, el evitar a las muchedumbres; refugiándose en su sofá, bajo ese techo de ladrillos y argamasa, de pintura y yeso, cobarde, y nada poético. Lo mismo que esconder la mirada en los bolsillos del anorak o el tacto en su bolsito rojo, patético.

Ella ahora lo que quiere es que le atraviesen el alma en un ósculo de viento, que le hagan galernas en las entrañas, que le digan niña, en un murmullo, y la pupila se le dilate, y que le jodan a los colores, a la mesura, al equilibrio simétrico y al orden sin caos, a los días sin nubes, a la lluvia sin tormenta.

Y así, poco a poco, mientras repite en voz alta todo lo pensado en el anterior párrafo, se va desnudando, se va quitando esas escamas de color cambiante, que asustadas se refugian en el cobre, que podría ser oro, si él quisiera, pero como es cobarde, se tuvo que conformar con el brillo del óxido. Y allí, donde antes había escamas se descubren átomos, moléculas, arterias, nervios, huesos, músculos que conforman un cuerpo frágil, tímido, quebradizo y humo. Que tiembla y se asusta y que con la mirada del desconcierto y de lo nuevo busca con prisa y vergüenza el vestido del que se acaba de despojar, que con ojos de delirio está apunto de arrepentirse y pedir a gritos un tornar. Pero ya no hay vuelta atrás, elegiste el caos. Ya no hay vuelta atrás. Ya no hay niña lagarto, ni escama que cubra ni esconda, ya no hay disfraz de arco iris, ni mentira de papel maché, ya no hay sonrojos de naranjada, miradas de palmera, guiños de limonada… Ahora niña, di adios.


Y la niña sin pensarlo ni un momento, dijo adiós, y echó a correr hacia la muchedumbre esperando encontrarse con el tacto fortuito de una mano apresurada contra la suya, con un te quiero que volando de una boca a una oreja tropezase con las suyas o con…