11 junio 2009

Realidad paralela

Tenía un billete de vuelta sobre su regazo. De vuelta a dónde, se preguntaba. Se dirigió al puesto de información de la estación y le preguntó a una mujer que se limpiaba las uñas con una navaja, que de vuelta a donde era ese billete, que adonde la llevaba, a lo que ella contestó: lee el recuadro, el recuadro de destino, niña. Lo hizo y pese a que las letras formaban un nombre conocido, no estaba muy convencida de que ese fuese su destino. Tampoco estaba muy segura de querer ir a ese sitio, pese a que los recuerdos que guardaba no eran en absoluto malos, de echo todo lo contrario, pero no podía evitar preguntarse el porqué, al igual que se preguntaba porqué él, porqué ellos, porqué ese cuerpo que tanto odiaba, porqué esa tendencia al drama que siempre la hacía acabar llorando en cualquier esquina de cualquier ciudad.

Llevaba ya dos horas en el autobús, en una especie de sueño real, viéndolo todo desde una distancia prudencial, como si nada fuese con ella, con una total ausencia de sentimientos que, curiosamente, le producía una extraña sensación de no sentimiento, de nada tangible, de sin sentido. El autobús iba cada vez más despacio hasta que paró, y otra vez el porqué asomaba a la cabeza de la muchacha… ¿por qué ahí? ¿Y por qué no bajarse aquí? ¿Por qué no coger la maleta e irse? De hecho, ¿por qué coger la maleta? Se levantó de sopetón, su compañero de asiento la miró con curiosidad a través de una mirada sucia. Volvió a sentarse, siguió mirando por la venta al horizonte a pesar de que ya había oscurecido, y de que el horizonte ya no existía en ese viaje, se volvió a quedar dormida.

Ahora ya no estaba en el autobús, podía ver los campos, grises y violetas desde las alturas, y una carretera sin curvas que se alargaba y se alargaba, todo estaba bañado por una luz clara, sin origen, no había luna ni sol, no había farolas ni semáforos, solo una luz blanca, una carretera sin fin y los campos estériles, ni siquiera estaba ella, por lo menos no físicamente. Se sentía plena, completa, llena de todo, era como si todo el conocimiento, el saber acumulado a lo largo de la historia y toda la energía que la tierra había ido guardando en su seno desde su nacimiento estuviese flotando a su alrededor y ella pudiese beber de toda esa sabiduría, como si la ausencia de la barrera física que hasta entonces le había impedido crecer y sentirse, al desaparecer hubiera posibilitado la entrada de todo aquello que anhelaba para poder sentirse ella, simplemente, sin ningún complemento, sin nada que aparentar, sin nadie a quien complacer, sólo ella.