Las piernas, como las de una muñeca sin vida, del revés, combadas. Tu cabeza medio girada, caída, apoyando la mejilla amorfamente sobre uno de tus hombros, de tus manos semiabiertas resbalaban olas de sangre. Las caracolas habían crecido en las patas de la silla de madera; una silla de madera de Saloon, de película del Oeste Americano, agujereada por las termitas. De tus ojos parpadeantes se escapaban ráfagas de vida. Los talones atados a la silla, tu boca amordazada dejaba escapar suspiritos de neón. Alguien espantaba a las moscas que se posaban en tu sangre. En qué pensarías. Afuera, aún se oían algunos tiros. Pero todos conservábamos la calma, esto era la vida aquí. Esto era la medida de la vida aquí. Desenrosco la gasa, corto el esparadrapo.